martes, 21 de julio de 2015

El imperio de los sentidos

Hace casi un año, tuve la gran suerte de viajar a una de las ciudades más bonitas que puedan existir. En mi corto recorrido por el mundo, si alguna ciudad de las que he visitado, merece la denominación de Imperio de los Sentidos, es Estambul.
En esta entrada no voy a dar consejos, ni recomendaciones de lo que hacer en esta ciudad. Para ello hay maravillosos blogs, que a mí me sirvieron de guía, además de consejos de amigos que ya habían estado allí.
Siguiendo la política de Dos Segundos, voy a transmitiros todas las sensaciones que pude experimentar al pisar aquel suelo, tan lejos y al mismo tiempo, tan cerca de nosotros.


Nada más llegar, cada uno de mis sentidos, se multiplicaron al cien por cien. La vista, olfato, gusto, oido en incluso el tacto, se fundieron en uno solo. Comprendía perfectamente a todos los que me habían dicho que sería un lugar que me enamoraría.
Curiosamente fueron muchos años atrás, los que me negué rotundamente a viajar hasta allí. Prejuicios infundados, miedo a no sé muy bien qué...a volar...un no muy personal, que me hizo desaprovechar esa oportunidad de haber sido años antes, cuando descubriera esta maravillosa tierra.
Sí, me enamoré nada más llegar. Fue como si algo me dijera..."bienvenida a casa". Y así es como realmente, sus gentes, su paisaje, los olores, sus sonidos hacen que te sientas. Todo te envuelve.
Los estambuleños son gente amable, dispuesta a ayudar en todo lo que puedan, con sentido del humor, respetuosos, buenos anfitriones con el invitado, gente que sabe vivir y disfrutar de lo más sencillo.
En cuanto a su paisaje, cualquier calle, plaza, rincón, monumentos, el mar... tienen ese algo especial que no sabes porqué, pero te gustan. Lugares por los que han pasado civilizaciones distintas haciendo que la mezcla de todas, sea eso mágico que tiene la ciudad.



En cuanto al sentido del gusto...aquí sería imposible dejar de escribir. Su gastronomía es espectacular, mediterránea al cien por cien con el toque característico del caracter de sus gentes.




El sentido del oído se desarrolla en el bullicio de sus calles, pero sobre todo cuando oyes desde cualquier punto de la ciudad, la llamada a la oración.
Seas creyente o no, hace que te envuelva en algo que roza casi lo divino.



El tacto, es la Ciudad en sí. Desde que pones los pies en su suelo, empieza la caricia. Como si unas manos invisibles te envolvieran y acariciaran desde los pies a la cabeza, impregnándote de toda la esencia que existe allí, mezcla de todos los sentidos a la vez.
Fueron muchos segundos los vividos en Estambul durante una semana, viendo, oliendo, saboreando, escuchando, y por supuesto tocando y dejándome acariciar...y está claro que volvería para poder sentir lo mismo aunque sólo fueran durante DOS SEGUNDOS.

Hoy vamos a dejarnos acariciar el oído con Omar Faruk... 
 


Y la caricia en el paladar nos la van a dar unos exquisitos Baklawas, dulce típico de Turquía a base de pasta filo, pistachos, almendras, ralladura de limón, azúcar y agua de azahar.




INGREDIENTES:

- Pasta Filo (venta en hipermercados)
- 1,5kg de pistachos.
- 500 gr de almendras.
- Azúcar (al gusto...4 ó 5 cucharadas soperas)
- Ralladura de 1 limón.
- Agua de azahar (un chorreón)
- Mantequilla (una tarrina)
- Miel (un par de cucharadas)
- Canela

ELABORACIÓN:

Ante todo...mucha paciencia.

Comenzamos pelando los pistachos, escaldándolos en agua y quitándoles la piel. Partimos las almendras y hacemos lo mismo.
Una vez pelados los pistachos, los trituramos, pero sin que se hagan harina, tiene que quedar algo de granito. Les añadimos azúcar al gusto (yo pongo un par de cucharadas soperas), canela (también al gusto) y un chorro de agua de azahar. Lo mezclamos todo y dejamos unas cuantas horas para que se mezclen todos los sabores.
Con las almendras hacemos lo mismo. Trituramos una vez peladas, le añadimos azúcar un poquito de canela (menos que a los pistachos), ralladura de un limón y agua de azahar. Dejamos también un par de horas.
Sacamos del envoltorio la pasta filo y mojando un trapo que no suelte pelusa (es muy importante este paso, porque la pasta es muy fina y se seca de inmediato) lo ponemos encima de la pasta extendida.

Calentamos la mantequilla para que se funda y se mantenga así todo el rato, al baño María. Con una brocha de cocina, enmantequillamos el fondo de una bandeja de horno, que sea algo alta.
Cogemos la primera capa de pasta con mucho cuidado. Al ser muy finas, se rompen con mucha facilidad, y la ponemos de base en la bandeja de horno. Volvemos a pintar con mantequilla esa primera capa y volvemos a poner otra hoja de pasta, encima de la anterior, volviendo a pintar con mantequilla. Así, se repite el proceso con unas 10 capas de pasta. Pasta, mantequilla, pasta, mantequilla...quedando la base de este dulce formada por unas 10 capas de pasta. Cuando tengamos la última puesta, añadimos la mezcla de pistachos y repartimos uniformemente. Y volvemos a comenzar el proceso de capas de pasta. En esta segunda vez, en lugar de 10, se nos pueden quedar en 7capas. Encima de la última, repartimos ahora la mezcla de almendras para comenzar la última fase de capas de pasta. Volverían a ser 10 otra vez. Puesta la última capa de pasta, se añade por encima la mantequilla fundida que quede.
No se corta ahora.
Se mete al horno previamente calentado a 180º durante 20 minutos. MUY IMPORTANTE...NO QUITAR OJO DE ENCIMA...SE QUEMA MUY RÁPIDO.
A los 20 minutos más o menos, si se van tostando rápido se hace antes, se sacan y se parten en cuadraditos, y se vuelven a meter al horno hasta que se vean dorados.
Mientras se hace un almibar con azúcar, agua y un chorrito de agua de azahar. Cuando esté hecho, se le agrega dos cucharadas de miel.
Con este almibar, se riegan los pastelitos, insistiendo en que el almibar penetre en las juntas de haberlo cortado.
Cuando esté casi frío, se espolvorea por encima con pistachos pelados y triturados, a modo de adorno.

Por último decir que es un dulce muy calórico pero que nadie se puede prohibir, al no ser por motivo de salud...os aseguro que es un bocado de dioses.
Tomadlo con un buen té verde con hierbabuena fresca.