Conocí a María una fría mañana de invierno. Una mujer de aspecto
frágil, estatura baja, delgada, pelo blanco como la escarcha, piel tostada y una
cara... de ángel. Muy sencilla en el vestir, casi rozando... la pobreza.
No llevaba abrigo, ni prenda alguna que, para el frío que ese mes de
enero nos ofrecía, protegiera su débil cuerpo de anciana. Una simple
rebeca encima de un fino jersey cubría su torso, calcetines tobilleros
en lugar de medias y unas zapatillas de andar por casa, que era lo único
que le permitían ya sus pies.
Me encontraba en mi centro de trabajo.
María
se acercó a mí para hacerme una pregunta, le contesté y le ofrecí mi
ayuda inmediatamente para lo que me había preguntado.
Desde ese día, María aparece y desaparece como por arte de magia.
Cada
vez que pasa por allí, entra a saludarme y a charlar conmigo, ¡me
encanta!. Si no me encuentra, pregunta por mí y al cabo de un tiempo,
vuelve a aparecer y me dice:
- pasé por aquí y pregunté por usted, pero me dijeron sus compañeros que estaba en otro sitio trabajando... ( hace casi diez años que nos conocemos, pero me sigue hablando de usted) y hoy he salido a dar un paseo y he vuelto a pasar para ver si tenía suerte y la veía.
Con
María me encanta hablar de su vida, una vida llena de lucha, de
batallas ganadas y perdidas. No tiene hijos y es viuda desde hace... no
se acuerda muy bien, pero muchos años. No tiene familia pero sí muchos
amigos, y no lo dudo, el carácter de María hace que sea una de esas
personas con las que te gustaría estar para siempre. Vital, optimista,
dulce, encantadora, luchadora, bella por dentro y por fuera .
La
última vez que vino a visitarme fue por Navidad, estaba muy contenta
porque le habían dado plaza en una residencia para pasar unos días en
esas fechas. Le encanta pasarlo bien, bailar (lo que su cuerpo resista),
ir al teatro, al cine, en definitiva, vivir. María tiene noventa y dos años y todavía se maneja sola y alegre como si la vida no le pesara.
Para María había una entrada obligada en Dos Segundos,
alguien a quien conocí por casualidad y ha sido capaz de proporcionarme
momentos inmensamente agradables, simplemente con su presencia.
¿Quién dice qué la vejez es desagradable y aburrida?
Depende
del alma de cada uno, y María es el ejemplo de lo contrario. Vive esta
etapa de su vida con dignidad, asumiendo sus limitaciones y como ella dice: yo no soy vieja, soy anciana,viejos son los muebles, los zapatos...
En una ocasión, María me contaba acerca de su infancia. Como casi todas las personas con una edad considerable, recuerda mejor aquellos tiempos, que lo que hizo ayer. Me decía que sobrevivió al hambre gracias a las gachas que hacía su madre, de agua y harina, a las que cuando buenamente podía les echaba cuscurrones de pan y algo de azúcar. Su madre le decía que si comía estas gachas, estaría tres días guapa y ella algo presumida ya desde pequeña, procedía a hacerlo. También el hambre hacía que no tuviera mucha elección. Los días posteriores no paraba de mirarse en un pequeño espejo que tenían medio roto en un comedor, y¡ sí, era verdad, estaba más guapa!
Para ella voy a cocinar estas gachas. Yo las voy a hacer con algunas modificaciones respecto a aquella época. Con leche en vez de agua, pan, almendras fritas y miel de caña. Así me las hacía mi abuela, y curiosamente me contaba una historia parecida, que en tiempos de hambre era de lo que se alimentaban y que si las comías te ponías tres días guapa. Ni a María ni a mi abuela les hacía falta comer gachas para estar bellas.
A María le gusta cualquier música que le haga sentir que su corazón sigue latiendo. Yo he elegido una canción de Nina Simone, que puede definir cómo es ella.
No tiene casi nada material, tiene su ser, alma, libertad y VIDA.¡LO TIENE TODO!
Gachas con miel de caña, almendras y cuscurrones de pan frito.
Ingredientes
. Harina de repostería (2 ó 3 cuacharadas soperas)
. Una cucharadita de matalahuga.
. Trocitos de pan.
. Almendras.
. Miel de caña (al gusto)
. Una pizca de sal.
Elaboración
En una sartén echamos un chorrito de aceite, ponemos a calentar, y antes de que empiece a humear, añadimos los trocitos de pan.
Cuando el pan esté tostado, se saca y se añade a la sartén la matalahuga y las almendras partidas en dos (yo no les quito la piel).
A parte en una cacerola se ponen dos vasos de leche. Antes de que empiece a calentar, añadimos la harina sin dejar de remover para deshacer los grumos y que empiece a espesar, con cuidado de que no se pegue y envolviendo de abajo a arriba. Tiene que quedar una masa espesa a la que añadimos el pan frito, las almendras y la matalahuga.
Seguimos cociendo un minuto más y apartamos. Servimos en un plato hondo y por encima echamos miel de caña al gusto de cada uno.
Hay quien tuesta la harina en una sartén, hay quien aromatiza la leche con canela en rama, cáscara de limón o rama de vainilla. Yo nada de esto le echo, las hago según la costumbre de mi abuela. Seguro que casi todos habréis comido este delicioso plato alguna vez o lo habréis visto hacer en casa. Que cada uno coja el modo de hacerlas que más le guste pero sobre todo saboreadlo a fondo, ya que es fácil, económico y delicioso. Aconsejo tomarlo en noche de bastante frío.
Y ¡ a estar guapo tres días!
Gracias María, por el encuentro fortuito de aquella fría mañana de enero.
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